Un cuarenta por ciento de los catalanes usa el catalán como lengua habitual. Pero cada año supone un uno por ciento menos. Luego en diez años sólo menos de un tercio de los catalanes hablará preferentemente en catalán. En estas condiciones cualquier lengua está condenada a desaparecer. Los pesimistas dicen que el catalán se acaba por momentos; los optimistas, que goza de una mala salud de hierro. Ambos tienen razón: nunca se había conocido mejor esa lengua, y nunca se había hablado menos.

El catalán se muere poco a poco, dulcemente, sin que el paciente se queje. Los jóvenes y los niños usan ya más el español como lengua de relación que el catalán. Ahora el peligro es que el catalán deje de ser una lengua de relación. Pero dentro de pocos años, y como siga el desuso actual, el peligro será, finalmente, que deje de ser una lengua materna. Los niños y adolescentes de hoy es muy posible que críen a sus hijos en la lengua en que se han acostumbrado a hablar, el español, y no en la materna original, el catalán.

Es innegable la normalización del conocimiento del catalán, a través de la escuela y de su uso oficial, con la Administración. Pero no es menos cierto que pierde cuotas de uso real. Ahora, con la inmigración extrapeninsular, y sin que sea ni mucho menos responsable de ello, los usuarios del catalán, por una parte, tendemos aún con mayor facilidad a rehusar esta lengua. Y los políticos, por otra parte, evaden, por motivos electorales, sus responsabilidades ante el catalán de un modo insospechado hasta hoy, pues los más catalanistas eluden hablar de su precaria situación –véase la reciente campaña electoral–, y entre todos, sean o no catalanistas, no hacen nada por una ley, o siquiera un acta de inmigración, que reconsidere la cuestión de la lengua vehicular, en un país, por lo demás, cuya cohesión social e identidad cultural dependen tanto de ella. Necesitamos una tercera ley de política lingüística o el catalán tiene sus días contados. ¿Por qué tanto tabú a propósito del catalán? Ya no se puede temer la reacción “lerrouxista”, como se decía antes. La sociedad, sus grupos, sus leyes, son otros. Al contrario: habrá división social justo si no se saca a relucir la cuestión de la lengua. Sin ir más lejos, una actitud irresponsable ante ella puede dar motivos, y con razón, al crecimiento del independentismo, que ve en la posesión de un Estado propio el instrumento eficaz para evitar que el catalán acabe en Catalunya como ha acabado en Valencia. Si se pierde el catalán, se perderá no sólo una lengua, sino lo catalán, pues una lengua es un modo de ver el mundo. Cuando la globalización nos hace a todos más iguales, vale la pena conservar la lengua como signo distintivo de una sociedad. De otro modo: ¿qué distinguirá a Catalunya de otras comunidades, cuando todas afortunadamente se van pareciendo más en los aspectos de civilización? El catalán no nos necesita, pero nosotros si lo necesitamos si creemos por lo menos en que es parte de nuestra identidad personal/colectiva, y que queremos una Catalunya no dividida.

Hay que ver lo que son los tiempos. Hoy rige la máxima “más es menos”. Más consumo, menos felicidad. Más información, menos conocimiento. Más gente mayor, menos transmisión de cultura. Más liberalismo, menos democracia. Lo mismo pasa con el catalán: nunca más conocido, nunca menos hablado. “Más es menos” o facilidad hoy en todo para pasar de lo sólido a lo gaseoso, “sublimación” que a nadie mata pero que muestra que la materia se muere poco, como el catalán. Nadie en rigor lo está matando, ni hace falta, desesperados, practicarle la eutanasia. El catalán no agoniza: se muere dulcemente.

Norbert Bilbeny, a La Vanguardia d'avui.