El Hombre Con Mayor Cultura En La Sangre

Manuel Soto Loreto "Torre" (Manuel Torre)

Este cantaor de leyenda nació el día 5 de diciembre de 1878 en el Barrio de San Miguel, en Jerez de la frontera. Aunque en sus principios artísticos, en el Café "Vera Cruz", se lo conoció como "niño de jerez", pasaría a la historia del cante como: "Manuel Torre" por su elevada estatura (siendo su padre quien primero tuvo ese mote) ya que los comentarios decían: era grande como una "torre".

Fueron sus maestros: Manuel Molina, Carito, el Chato, el Loco y la Loca Mateo, los Marrurros, Paco la Perla, el Viejo de la Isla y Enrique el Mellizo. Muy joven se estableció en Sevilla, actuando en los cafés cantantes, sobre todo en el Novedades.

Manuel torre, ha sido el cantaor que cuando estaba inspirado, cualquier cante lo hacía genial. Desde su creación de "los companilleros" hasta las tarantas, soleá y sobre todo por siguiriyas. Su rajo y hondura, eran los rasgos característicos de su cante y siendo gitano, sus aprensiones a veces ocasionaban una marcada irregularidad en su vida artística.

Su afición a los galgos, gallos de pelea y relojes, hacían que muchas veces despreciara contratos y actuaciones en fiestas muy bien pagadas.

Todos los cantaores y aficionados de su época nos han transmitido la misma opinión: cuando cantaba Manuel Torre el inspirado "duende", su sonido, el pellizco y la hondura eran imborrables. Antonio Chacón, oyéndolo un día cantar, unido con sus bravos le tiró el reloj, sombrero y bastón como tributo a su genialidad. Sánchez Mejías (torero) derribó una mesa, y otros, en diversas ocasiones se rompieron la camisa.

Según Juan Talegas, Manuel Torre era el cantaor que más le había impresionado en su vida. "El cante bueno duele, no alegra, sino duele. Yo no he oído, que me duela a mí fuerte, a nadie en el mundo más. Manuel hacia unas cosas, Manuel Torre hacia unas cosas que no tienen explicación. Todo lo que diga la gente es mentira. Hacía una cosa tan propia que no se parecía a nada, ni a nadie. Manuel barajaba cuatro o cinco cantes por soleares, ¡na más!, cuatro o cinco cantes, ¡chiquillo, pero los decía de una manera que te volvías loco! Lo oías una vez y no te se quitaba de la cabeza". Continua Talegas, "y luego tenía otra cosa Manuel: que lo mismo le cantaba al pobre, que al rico, que a uno, que al otro. No tenía distinción de nadie. Ahora si no le gustaba alguno de los oyentes, se salía. No decía me voy ni ná, se iba".

Su forma de cantar imponía tal recogimiento y concentración que lograba un total éxtasis, quedando la gente como pasmada, o al contrario, tenien que realizar alguna acción casi violenta para poder demostrar su asombro y deleite.

Aurelio de Cádiz fue testigo de una juerga memorable en que uno de los presentes mordió a Torre en la mejilla en pleno cante de siguiriyas. Antonio Mairena cuenta una actuación de Manuel Torre el verano de 1930 en su pueblo de Mairena, en la que arrebató de tal manera al público que éste tiraba las sillas y se rompía las camisas. Se dice de él que ha sido el cantaor más enduendado que ha existido en el arte flamenco, según Torre: "todo lo que tiene sonidos negros tiene duende".

Fama de extraño, de raro, de extravagante, siempre la tuvo Manuel Torre a lo largo de su vida, y a ella responde el apodo de "Majareta", que los mismos gitanos le daban. Seguimos leyendo a Mairena: "Es verdad que Manuel Torre era una persona caprichosa, a la que, según yo pude entrever, y ahora saco en consecuencia, le traían sin cuidado la mayoría de los problemas que le rodeaban, y sólo le preocupaban sus caprichos y aficiones, como eran sus galgos, sus pollos ingleses y los relojes de bolsillo, por los que tenía verdadera manía. El dinero le importaba un pito. Ignoraba por completo las conveniencias y los compromisos de la sociedad, y nunca aprendió a comportarse según las cortesías y composturas sociales".

Alguien ha dicho que el cante de Manuel Torre era "como un temblor largo y hondo, que empezó hace muchos siglos", lo que puede ser cierto pese a la relativa juventud del arte flamenco. En todos los géneros que tocó (incluso los más ajenos, como la farruca y el garrotín) puso su acento genial e irrepetible. Tarantos y cartageneras, tientos, soleares, hasta fandangos, Manuel abordó casi todos los palos del arte flamenco con original y genialidad, hasta el punto de que a muchos de ellos les dio una impronta de la que ya no se pudo prescindir. Aun siendo grande en todas las cosas, en la siguiriya fue enorme, colosal, el más grande siguiriyero de todos los tiempos. Según José Menese, "el cante por seguiriyas de Torre, parece Machado en la poesía".

El cantaor murió el 23 de junio de 1933.

Manuel Soto Loreto. Jerez de la Frontera (Cádiz), 1878 - Sevilla, 1933. Cantaor. Figura gigantesca del cante, a quien Fernando de Triana llamó "cantador de leyenda".

Gitano analfabeto -el hombre "con mayor cultura en la sangre" para García Lorca-, pero en posesión de una singular sabiduría para todo lo relacionado con su arte.

Escuchó a los maestros jerezanos anteriores a él, pero seguramente quien más le influyó fue Enrique el Mellizo, con quien tuvo mucho trato en su etapa juvenil. La primera vez que el joven oyó cantar al viejo maestro, Manuel, llorando, se quería tirar por la ventana.

Hizo toda su vida profesional en Sevilla, requerido muy joven por los cafés cantantes, aunque la noche de su presentación en el Novedades concluyó que le daba miedo ver tantas luces. Fue entonces cuando conoció a una guapa bailaora, Antonia Torres Vargas la Gamba, con quien se casó y tuvo dos hijos. Y ha contado Manuel Barrios que, en la casa en que vivía, "ocurre, cada noche, algo sorprendente, y es que las vecinas esperan, hasta altas horas, porque cuando Manuel llega, 'a las tantas', les susurra la nana a sus niños".

Fue, probablemente, el cantaor con más duende de la historia, y también el más sometido a la tiranía de esa misteriosa fuerza inspiradora de lo jondo. "Tó lo que tiene soníos negros tiene duende", decía.

En torno a sus dichos, y sus hechos, se ha construido casi toda la inquietante teoría sobre el duende flamenco. Nadie como él conoció la angustia de buscar y no tener esa fuerza sin igual de inspiración, en noches negras que se hicieron famosas porque no podía cantar y la gente pedía la cárcel para él.

Más memorables fueron sus noches de gloria. "Se te metía el sonío suyo en el oído y ya no lo perdías en tres semanas" (Pericón de Cádiz). Pepe de la Matrona fue testigo de una de aquellas noches negras en Madrid, en que el jerezano había estado para matarlo. Ya clareando el día salieron a la terraza a tomar un café, y entonces Manuel le dijo al guitarrista: "Oye, coge la bajañí que voy a cantar dos veces, ahora que me ha cogío bien". Y decía el de la Matrona que había cantado de manera absolutamente memorable: "Puso el pie en uno de los veladores aquellos, el otro tocándole, y cantó tres coplas por seguiriyas que el suelo temblaba. Yo no he visto otra cosa igual. Lo tengo metío en la cabeza y no se me olvida, no se me pué olvidar..."

Manuel Torre fue un cantaor largo, que hizo casi todos los estilos y en todos -en unos más y en otros menos- dejó la firma de su personal genialidad. Pero en algunos fue verdaderamente único.

La saeta, que elevó a una excepcional categoría, dotándola de un dramatismo y un sentimiento que lastimaban. "Salía Manuel rabiando, salía medio templao, con la saeta como hablá, como hablándola, como hablá, para aluego le daba un arto a la saeta y aluego se la traía p'abajo y después p'arriba..., y se venía aquello abajo, la calle entera, un palmeterío, un vocerío que quitaba er sentío" (Tía Anica la Periñaca. Una impresionante saeta de Manuel Torre, en Sevilla, hizo llorar por segunda vez al ganadero Eduardo Miura una mañana de Viernes Santo: "Cuando cierra el pellizco del último ¡ay!, la gente que asiste, pasmada, al acontecimiento no aplaude ni vitorea. Todos sacan los pañuelos, en silencio, y la plaza de la Encarnación se convierte en un inmenso aletear de palomas blancas que piden una nueva saeta a aquel hombre fabuloso a quien un gitanillo, que le acompaña, dice, señalando a don Eduardo Miura: - Fíjate, primo, con la mala uva que se gasta criando toros y ahí lo tienes, que me lo has hecho llorar" (Manuel Barrios). Saetas que fueron recordadas como espeluznantes, y a las que se adjudica la costumbre sevillana de mecer rítmicamente los pasos, pero sin avanzar, a partir de la ocasión en que el capataz de los costaleros dio orden de avanzar cuando este cantaor iniciaba una saeta; fue obedecido el mandato, los costaleros elevaron sobre sus hombros el paso, pero se limitaron a moverlo rítmicamente sin avanzar, mientras Torre cantó cuanto quiso. "El más firme y primer puntal que sostiene el monumento saetero es, sin duda, Manuel Torre, puesto que a él se deben muchos de los vértices flamencos que se aprecian en la saeta moderna.

El cante por saetas de Torre sobrepasó la línea de su personalidad humana y se evaporizó dentro de la mítica flamenca. Las saetas de Torre, son puras creaciones, consecuencia de su intenso y vigoroso fluir flamenco, más que como preconcebida idea. A partir de él, se transforma y se reviste con un eco profundísimo, lleno de matices peculiares. Torre marca un hito, y si históricamente no podemos hablar de quién fue el que inventó la primera saeta, sí podemos afirmar que el mundo saetero está dividido en dos grandes mitades: antes y después del coloso jerezano" (Melgar y Marín ).

Portentoso siguiriyero, de una personalidad que marcó decisivamente todas las formas que recreó. Declaraba Juan Talega al autor: "El cante bueno duele, no alegra, sino duele. Yo no he oído, que me duela a mí fuerte, a nadie en el mundo más. Manuel hacía unas cosas, Manuel Torre hacía unas cosas que no tienen explicación. Todo lo que diga la gente es mentira. Hacía una cosa tan propia que no se parecía a nada, ni a nadie. Manuel barajaba cuatro o cinco cantes por soleares, ¡na más!, cuatro o cinco cantes, ¡chiquillo, pero los decía de una manera que te volvías loco! Lo oías una vez y no te se quitaba de la cabeza. Un eco, un ¡ay! tan raro, una cosa, no se parecía a nadie... Un sonido, un sonido... Mi padre lo trajo a casa y lo tuvo siete días en casa, a Pastora, y a él, a Arturo, a mi tío Joaquín... Y estuvieron en casa y yo le decía a mi padre: 'Papá, ¿pero Manuel canta mejor que Tomás el Nitri?' Porque a mi padre no se le podía discutir Tomás el Nitri. 'Es otra cosa diferente -decía-. Tomás el Nitri es el mejor cantaor que yo he oído, pero no me ha levantao del asiento como Manolo'." En 1996 ha salido el primer volumen de sus grabaciones completas, y habrá un segundo.

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