Cuando empecé a hacer la mili --si, señoras y señores, les voy a contar una historia de la mili…-- me puse enfermo. Estaba en un cuartel de reclutas en Alicante. Mi vida durante aquellos días consistía en ir unas cuantas veces al día a la enfermería donde me inyectaban penicilina. Creo que la terapia, teniendo en cuenta que sufría un simple absceso, era un poco salvaje. Pero en aquel cuartel era todo un poco salvaje. Naturalmente, yo estaba muy frustrado viéndome metido ahí dentro, como la mayoría de los demás miles de reclutas, esperando que el tiempo pasara y se terminara aquella broma pesada. Y encima enfermo. Pasaba ratos tumbado en la cama, rondaba melancólico por el cuartel, sin hacerme notar demasiado, buscaba rincones discretos para tomar el sol… También iba a la biblioteca, un barracón desvencijado a cargo de un par de soldados que pensaban que leer libros era una pérdida de tiempo… En un estante bajo, casi a la altura de los pies, estaba la obra completa (o casi toda) de Vicent Andrés Estellés, era una donación de la Diputación, o algo así. Parecía que nunca nadie hubiera tocado aquellos libros. Así que me los leí. Y sus versos empezaron a impregnar mi tiempo. Durante las semanas siguientes siempre anduve con alguno de aquellos libros de tapas blancas bajo el brazo. Los soldados bibliotecarios sospechaban del recluta lector que pedía ávidamente libros de poesía, ¡y encima eran en catalán! Creo que la experiencia de leer poemas y poemas de Estellés fue una catarsis. No voy a hablar de las virtudes de este gran poeta, la erudición literaria no es lo mío… Solo decir que era un hombre también angustiado, y enfermizo, con una enorme y humilde sensibilidad… En su obra transformaba --en aquellos momentos lo hacía para mí-- la melancolía, el miedo a la muerte, la crudeza del sexo, la añoranza del pasado feliz, en maravillosas construcciones de un lirismo que me conmovió completamente…

Ahora, muchos años más tarde, me doy cuenta de que para mí fue un privilegio haber podido transformar un poquito mi conciencia por la obra de un artista de tal manera, a un nivel tan vital, por decirlo de algún modo… Creo que esto no me ha pasado con ningún otro poeta… No fue un conocimiento ordinario para mí, mis referentes estéticos siempre se habían cocinado más lentamente, disfrutar de un cuadro o de un libro implicaba una comprensión cultural determinada, diría que más mental, más académica, aunque finalmente la experiencia, como siempre, fuera la constatación de la belleza. Con la obra de este hombre tuve una identificación instantánea, encontré a un hermano.

Y he aquí que aquellos días cuartelarios se tornaron luminosos e intensos, de los mejores que he pasado nunca. Gracias a Vicent Andrés Estellés, fueron una búsqueda continua de mí mismo mediante su poesía, como un reconocimiento íntimo de parámetros estéticos personales. Un día mi absceso desapareció repentinamente --¿sería cosa de la poesía?--. Tuve que cambiar los libros por el fusil y el "cuerpo a tierra". También pude salir "de paseo" a Alicante, donde, como era de esperar, empecé a escribir poemas…

¡Gracias, Vicent!