Provengo de una sombra oscura y profunda,
una sombra impuesta por el dolor del tiempo,
una sombra que no quiero y que aprisiona mi alma.

Quise tapar la sombra con el valor del cobarde,
el valor del que no se enfrenta a sus sueños.
Y la sombra creció más en mi.

Nadé ausente en el lodo de todos,
ese lodo común que tanto aplasta mis sueños,
indiferente a la vida y al sentimiento.

Una flor blanca se marchitaba a mi lado,
y percibí su triste voz lejana.
Vivía en la pérdida feliz de la intuición ya ignorada.

Me acerqué con mi negro dolor,
y sopló una tenue brisa de dulzura,
que se convirtió en viento de pasión contenida.

La sombra empezó a desteñir,
regada por lágrimas de esperanza.
Y afloró la ternura.

El dolor se convirtió en sosiego,
y la oscuridad en reposo.
Y creció la ternura.

La flor blanca le sonrió a la vida,
y emitió la luz que ahora me ilumina.
Y la ternura se hizo prosa de amor.

Voy a vivir mi sueño,
voy a regar esa flor,
la flor de la ternura infinita.